viernes, 6 de febrero de 2009

¡Vaya invierno!

Menudo invierno que estamos pasando. Frío y agua por doquier. Tendrán razón esos agoreros que predican la llegada del tan temido Cambio Climático o ... simplemente es que en invierno tiene que hacer mal tiempo por decreto. Dicen en mi pueblo que “cuan la Candelaria pllora, el invierno fora. Y si no pllora, ni dentro ni fora”. Creo que huelga traducirlo al castellano, pero por si no entienden el aragonés que se habla en la Ribagorza, concretamente en Graus, viene a decir algo así como que si llueve el 2 de febrero que es cuando se celebra la festividad de La Purificación de la Madre de Dios, o sea, de La Candelaria, el rigor del invierno ya ha pasado. Pues doy fe de que este año La Candelaria lloró y ya vamos para cuatro días que esto no mejora, ni tiene pintas de hacerlo.


Dadas las circunstancias, la fauna bicicletera capea el temporal como mejor puede. Estamos los que padecemos aquafobia”, vamos, que no nos pillan en bici lloviendo ni por asomo. Otra cosa es que nos pille el chaparrón por esas carreteras y haya que volver a casa, por aquello de que se antoja misión imposible convencer a la parienta de que te venga a buscar con el coche. Es más, para que un aquafobo salga a entrenar, se tienen que dar una serie de circunstancias como que el cielo luzca el azul más intenso de su gama polícroma y que el asfalto de la calle no presente indicios evidentes de humedad. El aquafobo raramente se hace ciclista en latitudes específicas como Asturias, Cantabria, País Vasco, etc ... Entre sus congéneres es denominado, con cierta asiduidad, como “ciclista de salón”, pero en realidad, el aquafobo es un bicicletero al que podríamos denominar como “fino”. Es decir, elegante, atildado en el vestir y contrario a macular sus brillantes licras con el barro, aceite u otras impurezas que pudiera escupir la carretera. Es por ello, que no siente especial atracción por la disciplina bicicletera del montamblás (Nota de E.C.A.: Para los no iniciados, montamblás es el término con el que los carajillos definen la actividad de ir por caminos y montes con una bici de ruedas gordas, también denominada “tractor”), por aquello del polvo y demás inmundicias que regalan esos caminos.


Así las cosas, se imponen eternas jornadas de rodillo, bañadas en sudor, soñando con salir de nuevo a la carretera y sentir la caricia de la brisa en el rostro. Bueno, en Zaragoza, el hostión (con perdón) del cierzo en los morros, pero es igual. Hay quien no renuncia a ello, por muy malas que sean las expectativas meteorológicas imperantes y salen a la carretera con dos objetivos: entrenar y esquivar a las malintencionadas nubes. Para cumplir el segundo propósito, el interesado diseñará recorridos con múltiples variantes y alternativas que le permitan ser más sagaz que sus negras contrincantes. También es determinante a la hora de la consecución de tal fin, la disponibilidad horaria, porque Murphy también tiene algo que decir en todo esto y es curioso comprobar cómo las horas pluviosas por excelencia no tienen porqué coincidir con las de nuestro turno laboral necesariamente.


Para concluir, existe un tipo de ciclista con el que el aquafobo no tiene empatía alguna. Ese espécimen que no duda en salir a la carretera pese a que el hombre del tiempo prediga la segunda edición del Diluvio Universal, que no le importa que la parte trasera de su coulotte parezca una femera, que agradece las refrescantes gotas heladas que generosamente le regala la rueda trasera del ciclista que le precede, que incluso se divierte limpiando su bicicleta una y otra vez, dando gracias al cielo por ofrecerle la más húmeda de sus bendiciones ... El aquafobo”, ante su presencia, acalla su conciencia pensando que es preferible perder un día de entrenamiento que una semana postrado en la cama con un trancazo de campeonato. Sin embargo, el aquafilo nunca enferma y acaba andando como un misil.