lunes, 27 de octubre de 2008

El síndrome Caperucita

Duras rampas para acceder a la antena telefónica desde San Juan de la Peña.
Nadie sabe a ciencia cierta su verdadero nombre. Las versiones sobre la aventura de su vida difieren dependiendo de los autores que han glosado su biografía, bien fuera Charles Perrault o, unos años más tarde, los hermanos Grimm.

Pero todos coinciden en identificar a aquella niña o cándida adolescente, pues tampoco su edad está convenientemente documentada, con una suerte de capa encarnada, tocada con una capucha que le protegía del frío en sus frecuentes paseos por el bosque. Aquel característico complemento de su vestuario le hizo pasar a la posteridad. Otro accesorio identificativo de Caperucita Roja que le ha distinguido durante siglos, ha sido, colgada de uno de sus brazos, una cestica de mimbre. Una cesta igual o parecida a las que por cientos o miles han paseado este fin de semana colgadas de los brazos de los “cazadores de setas”.

Tres exigentes kilómetros con un pequeño respiro en su ecuador.

Seguro que todos los que este fin de semana hemos tenido el privilegio o la fortuna de disfrutar de la bici por carreteras rodeadas de masa forestal, habremos visto acompañadas nuestras pedaladas por andarines emergiendo desde la espesura del bosque, cuales follets o duendes, con sus cestas colgando del brazo.

El esfuerzo merece la pena.

Volviendo a la historia de Caperucita, ya saben que el lobo intentó hacerle trampas fingiendo ser su abuela. Nuestro deporte hace años que emprendió una cruzada para trincar a tramposos como el señor Lobo Feroz y cada vez que salta la alarma, los medios clavan una aguja más en ese pelele de trapo que es el ciclismo, con el que hacen vudú.

Este mismo fin de semana, hemos sabido por la tele de una iniciativa por la cual, se pretende, en el deporte rey, ampliar a cinco el número de árbitros, de tal manera que se pueda evitar que algunos tramposos metan goles con la mano, simulen penaltis que no son o se queden impunes los que sí son y no se pitan. Pues bien, los gurús del deporte del cual viven la casi totalidad de los periodistas deportivos, se han revelado en contra argumentando que de esa manera, se pierde la gracia y esencia de ese deporte en cuestión.

No sé que opinarán ustedes, pero da que pensar. Y no es que quiera El Carajillo Alegre comparar ambos negocios, nada más lejos de su intención. Ya saben: un ilustre pelotero gana un Campeonato del Mundo gracias a marcar un gol con la mano y la trampa adquiere tintes divinos, “la Mano de Dios”, mientras que un bicicletero gana un Tour de Francia gracias al uso de testosterona y ... Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!” ... y, bueno, a estas alturas todos sabemos como acaba el cuento.
Impresionante paisaje: al fondo la Peña Oroel y debajo se distingue el Monaterio Nuevo de San Juan de la Peña (s. XVII).

No hay obstáculo que pueda frenar a Gerardo.

Felis rodando por un lugar mítico del Reino de Aragón.